- 4 mayo, 2020
- Posted by: Iñigo Jorge Velasco Chaos
- Categoría: Consultoría y acompañamiento empresarial, Psicoterapia
Sobrevivir como primera etapa; VIVIR como objetivo final.
La crisis actual nos ha cambiado la vida, no solo a millones de seres humanos puestos en confinamiento, sino a todo el planeta, influyendo en la contaminación que disminuye por primera vez en décadas y las rutinas de algunos animales salvajes que sienten menos la presión humana.
En este periodo extraordinario estamos privados del soporte de las rutinas conocidas, y explorando o sufriendo, (a la fuerza), el aislamiento social, la reducción del contacto humano y la incertidumbre frente al futuro tanto sanitario como económico.
¿Soy capaz de tomar conciencia de cómo me siento y con qué herramientas gestiono esta nueva situación?
El ritmo de la vida es de cambio constante, día-noche, ruido-silencio, movimiento-quietud, sueño-vigilia, inspiración-espiración, fantasía-realidad… y los seres humanos nos mecemos constantemente en el equilibrio de esas y otras muchas polaridades.
Y en esta fase nos toca más profundamente que nunca vivir otro de nuestros ciclos, el de contacto y retirada. Necesitamos el contacto con otros y con el ambiente para satisfacer nuestras necesidades, y después necesitamos de la retirada, del aislamiento.
Y cada persona tenemos nuestro propio compás y lo hacemos como sabemos, queremos… o podemos.
En el contacto creamos relaciones entre nosotros y otros sujetos, compartimos energía (intelectual, íntima, física, emocional…) que nos resulta nutritivo y está orientado a satisfacer nuestra necesidad en ese momento. Una vez satisfecha esa necesidad, surge la necesidad de la retirada y escapada; de extinción de esa relación. Eso nos permite crear un nuevo espacio para tener contacto con nosotros mismos o para satisfacer la nueva necesidad que aparecerá.
Contactar es ser consciente de lo que necesito, intentar obtenerlo y retirarme es soltar y regresar al lugar de neutralidad.
Así mantenemos el flujo del ciclo vital como una sucesiva repetición de contactos y retiradas, que no siempre se producen en un ritmo sano, y en el que unas personas tienen más dificultad para retirarse y otras más para contactar.
¿Qué te está pasando en este momento de confinamiento?
En este momento de aislamiento social estamos separados del contacto con nuestras redes familiares, laborales y sociales, también de la naturaleza y de la actividad física.
Retirados de lo externo estamos obligados a un exceso de contacto con nosotros mismos, ¡Nosotros mismos!, esos seres a quienes frecuentemente ni entendemos ni soportamos. En otras palabras, se ha interrumpido el ciclo natural de contacto-retirada. Nos han privado de la posibilidad de elegir qué necesidad necesitamos cubrir, (salir al monte, tomar un cerveza con un amigo…) y obligado a vivir el polo de la retirada y el aislamiento.
Necesariamente esa ruptura del equilibrio nos causa efectos físicos, psicológicos y emocionales. ¿Soy consciente de lo que me está sucediendo en estos momentos? ¿Tengo ansiedad, incertidumbre, miedo?, ¿Me escondo de mí mismo haciendo, (o no haciendo) ?, ¿Me doy cuenta de cosas?, ¿Siento cansancio, ansiedad, angustia, excitación?
Ya escucho a personas que manifiestan que tienen miedo de salir a la calle de nuevo, de pensar en cómo van a actuar, en saber si tendrán trabajo o no, si será de la misma manera, cómo se van a relacionar, en resumen, de cómo va a cambiar su vida.
¿Qué tendremos que hacer cuando esto finalice para retomar el pulso de la existencia?
¿Cómo vamos a volver a reiniciar la corriente en este ciclo que nos está deshumanizando?
¿Qué herramientas tengo para gestionar esta nueva realidad interna y externa?
La herramienta más cercana y conocida a la que podemos acudir es a la expresión de nuestros sentimientos.
En la externalización de los pensamientos comenzamos descubrimos nuevos ámbitos de lo que necesitamos y lo que no. Nos vamos dando cuenta de con qué necesitamos contactar y de qué necesitamos alejarnos. Profundizando en ese proceso podremos evolucionar mejor en la vida.
Todos tenemos la experiencia de haber sufrido un problema, o habernos sentido mal en algún momento. Diariamente, nos encontramos con situaciones adversas o que nos hieren, nos enfadan, nos hacen sentir culpables, etc, y en este momento aún más.
La expresión tiene como objetivo liberar esas sensaciones y profundizar en su origen, que en la mayoría de ocasiones va mucho más allá de esa situación aparentemente sin importancia.
El método es tan simple como conocido y eficaz. Expresar delante de un grupo de personas. Hablar y ser escuchado. Escuchar y observar. Expresar al grupo situaciones, emociones o estados de ánimo que me han afectado, “positivamente” o “negativamente”. Observarme cuando me abro y observar cómo me siento cuando lo hacen los demás. Observarme cuando me encierro y observar como me siento cuando los demás me dejan fuera.
Al exteriorizar algo, aunque estuviéramos convencidos de que sabíamos lo que sentíamos ante ello, se nos revelan nuevas dimensiones y comprensiones de ese hecho. Se aclaran extremos, surgen nuevos planos y contenidos y, hasta, se iluminan nuevos rincones de nuestra mente. Es un fenómeno más fácil de experimentar que de explicar.
En la escucha grupal el propio grupo se conmueve, cambia, y algo de lo que siente cada persona resuena en el propio grupo y en todos los participantes.
Lo expresado desde el interior auténtico no genera indiferencia. Libera culpas, alivia cargas, deshace juicios…
Y el regalo definitivo llega cuando uno empieza a mirarse a sí mismo más benévolamente, ya que eso le permitirá también empezar a ver así a los demás.
Cuando yo me reconozco puedo reconocer a los demás, cuando yo me veo puedo ver a los demás.
¿Esta crisis será algo para olvidar o para recordar siempre?, pues puede que las dos cosas… o ninguna.
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